Cuando Básil salió del Hotel una de las primeras cosas que vio fue la enorme estructura de lo que en otro tiempo había sido Faro del Capitán Nemo. Situado en medio del puerto había sido la construcción señera del Explorador, un gobernante autócrata que había sometido a la ciudad hasta finales del año 2008. De casi ciento veinte metros de altura se elevaba por encima de toda la ciudad. En su parte más alta había tenido una linterna de metal rematada por la estatua heróica del capitán Nemo mirando al horizonte. Había tenido muelles aéreos para el amarre de Zeppelines de pasajeros y una base compuesta por un sistema radial de embarcaderos, con salones y estancias adornados con cristaleras multicolores que comunicaban con varias Avenidas de la ciudad, a diferentes alturas.
Reducida a escombros tras las últimas fases de la guerra, su altura había mermado hasta poco menos de la mitad y el revestimiento de mármol de sus magníficos salones había desaparecido casi por completo, dejando tras de sí un desolador aspecto, donde el viento y la lluvia habían tomado el relevo.
Naturalmente las nuevas autoridades no se habían ocupado del asunto y solo se interesaban por implementar nuevas iniciativas, que hacían de la parte occidental un hervidero de experimentos y sorprendentes tecnologías, aún no suficientemente conocidas a finales del siglo XXI.