15 marzo 2025

Teñida por un tamiz de algas, de diatomeas y esporas

 
Sentado en medio de la noche en una habitación a oscuras Básil escuchaba el ligero ruido de los mástiles de aluminio de los barcos deportivos atracados en el muelle de enfrente. Hacía unas horas que había llegado al New Riverside Hotel, en la ciudad de Nemoville, y todavía sentía en su cuerpo los temblores del viejo hidroavión que lo había llevado hasta allí.

La travesía había sido desagradable y larga, casi cuatro horas de atronador ruido sobre las olas del Océano Atlántico. A la altura de las coordenadas 47°40'19"N y 11°36'22"W el avión hizo una maniobra arriesgada: se lanzó en picado sobre las olas y atravesó limpiamente la superficie del océano.

Una vez del otro lado los pasajeros sintieron que la atmósfera se había recuperado y que el mundo parecía haber vuelto a la normalidad, aunque en una posición extraña. Recordaba muy bien el asombro de la hermana Chân, una monja Zong del monasterio de Hongludi Nanshan, al ver el mar suspendido sobre sus cabezas. Su cara redonda mostraba al mismo tiempo signos de admiración y espanto.

El piloto era un tipo experto y muy pronto hizo una maniobra de estabilización, girando sobre sí mismo 180 grados y haciendo que el avión recuperase la posición horizontal.

Lo que vieron a continuación fue una nueva versión de la realidad. El mundo estaba compuesto casi de las mismas sensaciones de aquella otra parte que acababan de dejar, pero había algo en el aire, en aquel cielo que entonces pasó a brillar sobre sus cabezas, que les hacía sentirse distintos.

Por una parte la densidad atmosférica era mayor, más pastosa, como si para respirar tuvieran que masticar lentamente, hacer un pequeño esfuerzo suplementario. Por otra la luz que los bañaba era oscura, misteriosa, como si estuviera teñida por un tamiz de algas, de diatomeas y esporas esparcidas por doquier.