14 noviembre 2024

isla crisoelephantina



 47°40'19"N 11°36'22"W

Fue entonces cuando le vino a la memoria el momento en el que había llegado hasta allí. Había sido aquella misma tarde, cuando había logrado aterrizar en el puerto de Nemoville a bordo de un hidroavión de hélice que había salido de Saint Malo, en la Bretaña francesa, tras dos horas, treinta y seis minutos y catorce segundos de viaje.
Para llegar hasta allí habían tenido que aproximarse a un punto que se encuentra entre los 47 grados norte y los 11 grados oeste, más o menos a la altura de Lorient o Quimper, en la costa francesa. Después habían enfilado la superficie del océano en un ángulo de aproximadamente 30 grados y habían logrado pasar limpiamente al otro lado.
Pasada aquella primera barrera, se encontraron de repente en un espacio extrañamente similar al que habían dejado atrás. El aire era respirable de nuevo y todas las cosas se encontraban dispuestas como las que habían dejado en el otro lado, pero eso sí, suspendidas cabeza abajo.
El avión había realizado un giro de 180 grados y fue en ese momento cuando pudieron contemplar sobre el horizonte una isla perfectamente formada, unas nubes que emitían un suave resplandor allá en lo alto y un oscuro abismo de agua sólida y amenazante bajo sus pies.
Básil recordaba vividamente el entusiasmo de Chân, la monja budista que le acompañaba en aquel viaje. Era una joven acólita, de unos veintipocos años de edad, del monasterio de Hongludi Nanshan, que el padre Joy Sui Long había enviado para que cuidase de él en aquel peligrosos viaje. Ambos vestían el hábito marrón propio de la orden y se comportaban como devotos seguidores del buda Vajrayana.
Para Chân la existencia de aquella isla era toda una sorpresa. Apenas podía ocultar su emoción al descubrir un fenómeno de semejante categoría, nada comparable a las experiencias místicas ni al trato con los muertos de las altas montañas de Asia.

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